jueves, agosto 27, 2009

¿Donde esta Dios?

Dentro de uno mismo. Pienso.

Desde niño me imaginaba y planeaba como un hombre seguro de sus convicciones e ideología; sumando esto a una adolescencia llena de turbulencias emocionales, me llevó a visitar casi todas las religiones buscando la verdadera fe y en cada vivencia siempre traté de entregarme al cien por ciento deseando encontrar a Dios y las respuestas a mi fe.

Después de vivir estas experiencias la conclusión inicial fue que el Creador o al menos una parte de él se encontraba dentro de nosotros, de ahí el nombre de este ensayo.

Esta conclusión me costó trabajo asimilarla en lo profundo de mi conciencia pues representaba un final que no esperaba y bastante polémico.
Pero no podía engañarme solo para comprar un poco de tranquilidad, regocijo o felicidad etérea: se trataba en primer lugar de ser congruente y luego con esa congruencia alcanzar una tranquilidad, regocijo y felicidad sólidos, reales y permanentes.

Afortunadamente lo logré, bueno, con la salvedad de que descubrí que la felicidad no existe, si no la alegría mesurada, mezclada de crestas de felicidad con algunos pocos valles de tristeza y preocupación.

En un principio llegué a pensar que mis reflexiones pudieron estar sesgadas debido a la crisis emocional que como todo adolescente sufrí, pero luego de años de informarme sobre el tema, de reflexiones “en frio” y de nuevas experiencias y aprendizaje llegué al desenlace de que había que cambiar la postura ante la ola de pruebas de la existencia de Dios y no solamente tratar de adaptar lo que veía y leía para continuar creyendo en Dios a pesar de todo.

Luego estaba el hecho de llevar a los actos mis conclusiones, la gente que quiero debía saber cómo pienso; luego de acompañarme a mi bautismo en los mormones o de asistir a un Retiro espiritual que ayudé a coordinar, era mí deber informar que ahora no compartia sus creeencias.

El tiempo pasó y aprendí no solo a aceptarme como ateo si no a vivir como tal, me descubrí siendo tolerante con todas las religiones puesto que las conocía y a ser tolerante con las creencias de mis demás hermanos humanos. A respetar su manera de pensar y de vivir conforme a lo que ellos pensaban correcto o bueno y a ver con gusto sus manifestaciones de fe. Gracias a esto, mi “rango de tolerancia” se abrió también en muchos otros puntos que no imaginaba, que me hacen amar más a la humanidad antes que cuestionarla o juzgarla, a “estar en paz conmigo y los demás”, como se dice comúnmente.
Aprendí también a relacionarme con miembros de todas las religiones y a no oponerme a seguir sus prácticas cuando una ocasión social lo ameritaba, puesto que para mí no significan más que una simple forma de afirmación humana que, al realizarla, ponía de manifiesto mi respeto hacia los demás.

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